lunes, 18 de noviembre de 2013

Crónicas de Arstan - Parte I

Hace mucho tiempo hubo una época distinta a todo lo que conocéis. Los bosques poblaban la tierra, las montañas se erguían por encima de las nubes intentando arañar el cielo con sus riscos afilados. Los ríos fluían caudalosos entre las peñas provenientes de los neveros y bajaban hasta las llanas planicies y praderas por donde se deslizaban hasta alcanzar la costa. Pero lo que hacia que el mundo fuera distinto no era esto, no, la causa era la magia. La magia corría por la tierra, la magia estaba en el aire. Fluía entre las raíces de arboles milenarios y llenaba cauces de agua. Recorría el mundo con el viento y se enroscaba en las hojas de las plantas.
Hubo muchas personas que intentaron utilizar esa magia. Mediante la inteligencia y la fuerza, muchos intentaron someter este poderoso elemento para utilizarlo a su antojo, pero solo unos pocos lo consiguieron. Aquellos que lograron el dominio de la magia fueron llamados Elementales.
Estas personas utilizando su destreza con la magia podían dominar los distintos elementos de la naturaleza y manejarlos a su antojo. Dominaron el fuego, dominaron el agua, la tierra e incluso algunos consiguieron dominar el cambiante viento. Pero tan solo uno consiguió descubrir el misterio del prodigio de la vida. Tan solo una persona fue capaz de crear mediante la magia otro ser vivo. Tan solo Arstan lo consiguió.
El gran Arstan, criticado por algunos por emular al dios todopoderoso. Alabado por muchos como el más poderoso Elemental que pisó la faz de la tierra. Muchos rumores corren acerca de como logró el conocimiento de la vida, pero ninguno de ellos es cierto. Pero eso es otra historia que no debe ser contada en este momento. 
Este es el momento de narrar el comienzo del final de Arstan. La historia de su muerte, asesinado por su propia creación, traicionado por lo que un día no fue mas que magia. Sus hijos.
Como todo gran Elemental Arstan era un maestro en el dominio de todos los elementos. Podía hacer fluir el agua entre sus dedos mientras la hacia adoptar mil y una formas, podía meter la mano en el fuego y jugar con el como si de un ratón pequeño se tratase, podía llamar al viento y agitarlo en huracanes, podía hacer temblar la tierra con solo una palabra. Y por supuesto podía crear vida con tan solo susurrarlo. Pero ante todo, Arstan era un viajero, viajaba a lo largo y ancho de todo el mundo ayudando allí donde se le necesitase. Era fácil reconocerle, siempre con su ajada túnica gris, un cinturón de cuero ancho atándola, y unas botas marrones llenas de remiendos. Lo que mas llamaba la atención era su larga melena plateada que se recogía con una cinta de cuero y que contrastaba claramente con sus mejillas libres de barba.
Año tras año recorría el mundo curando enfermos, reparando estropicios, capturando maleantes y aportando consejo a numerosos reyes. 
Pero un día cansado de un mundo que no cambiaba, decidió parar. Fuera donde fuera los desastres siempre eran los mismos y por mucho que pusiera su empeño en remediarlos, los desastres se repetían uno detrás de otro. El solo no podía con todo. Tras mucho pensarlo decidió establecerse en un lugar fijo: en el valle formado por las montañas de la sierra Riskenberg. Conjuró la tierra y con la roca de su seno formó torre mas alta de toda la tierra, una torre capaz de vislumbrar por encima de las cumbres de las montañas mas altas, capaz de ver en todas las regiones del vasto mundo que le rodeaba.
Y allí fundó una escuela, la escuela de el gran Arstan, la escuela de Elementales, la escuela de Nindor.

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